Aulas que rompen las duras cadenas de la explotación

El programa 'Proniño' en Bogotá
Con sólo 10 años, Esmeralda se levantaba de madrugada para fregar platos en un bar. Tras su jornada de trabajo, recibía un plato de arroz. Normalmente ésa era su comida del día, pero si tenía suerte, los dueños del local le daban un plato doble. Esmeralda se lo guardaba para llevarlo a casa y allí lo juntaba con lo que habían conseguido sus otros nueve hermanos y sus padres. En su casa todos trabajaban: Geraldine (7 años) cuidaba niños, Daniel (9) arreglaba bicicletas, Yeison (15) cosía zapatos, y el resto vendía en la calle.
El día a día de esta familia se repite en cada uno de los hogares de Ciudad Bolívar, el distrito más pobre y conflictivo de Bogotá (Colombia). Allí la infancia no existe. Los niños no tienen tiempo libre para jugar y pocos van normalmente a la escuela. Son mano de obra que ayudan a salir adelante a sus familias.
Sin embargo, algo ha cambiado para Esmeralda y sus hermanos. Hace un año, los trabajadores sociales de Proniño detectaron la situación de estos pequeños y pusieron en marcha su maquinaria para rescatarlos del trabajo infantil.
En labores peligrosas
Proniño es uno de los programas solidarios de Fundación Telefónica en Latinoamérica. Su objetivo es ayudar a que los niños abandonen la actividad laboral y accedan a la educación. La tarea no es fácil, dado el alto índice de trabajo infantil en el continente: 14,1 millones de niños latinoamericanos trabajan, sobre todo en agricultura, comercio y servicio doméstico. De ellos, 9,4 se dedican a labores peligrosas. En sus diez años de actividad, Proniño ha sacado de esta situación a 200.000 niños.
"Rescatamos a esos muchachos que no han tenido la posibilidad de estar en el colegio", explica Nohemí Rodríguez, coordinadora de Proniño en Ciudad Bolívar. Lo más complicado es convencer a los padres para que renuncien al dinero que traen sus hijos a casa: "No se trata sólo de darles dinero, también hay que mostrarles las opciones de futuro: ahora ganan 5.000 pesos al día, si se educan podrán conseguir 50.000 a la hora", cuenta Rodríguez. Pero, además del futuro, pueden vivir su presente: "Fregar platos cansa. Jugar con mis amigas es mucho más divertido", sonríe Esmeralda.
  • "Lo mejor de no trabajar es que puedo jugar"
    Daniel, 9 años, Colombia, arreglaba bicis: "En el taller me llenaba de grasa y a veces me dolían las manos. El dueño me daba una bolsa con leche, esa era mi comida del día. Prefiero venir al colegio, aquí juego".
  • "Con 7 años ya cuidaba niños y sembraba maíz"
    Diana, 22 años, Ecuador, licenciada en Trabajo Social: "Nunca disfruté de mi niñez, me sentía explotada, agotada y sola. Luego llegó Proniño y fui al cole. Ahora quiero ayudar a otros niños como me ayudaron a mí".
  • "Tenía que cortar café para poder comprar lápices"
    Erick, 17 años, El Salvador, estudia Informática. "Iba al cafetal para que papá no gastara en mi educación. Me agrietaba las manos y aún tengo dolor de espalda por cargar los sacos. La beca fue mi salvación".
Vía: 20 Minutos

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