En 2003, El
Alto, la ciudad más joven de Bolivia, se consolidó en el epicentro del giro
histórico que sufrió el país. La violencia y rebeldía abrieron en su historia
dos heridas que aún no sanan. "Aún así estamos de pie porque el alteño no se da
por vencido”, señala Roberto Pari uno de los funcionarios más antiguos del
Concejo Municipal de El Alto.
Desde hace 13 años, El Alto llora a sus más de 70 muertos,
caídos en las insurrecciones de febrero y octubre negro, cuando el anuncio de un
impuestazo terminó en el saqueo y quema de la primera Alcaldía y la intención
de venta de hidrocarburos por Chile derivó en la guerra del gas que fue el fin
del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
"Las heridas nunca cierran”, dice don Roberto. Pese a los 13
años transcurridos desde los hechos, el llanto lo sorprende al recordar aquel 12
de febrero cuando el Palacio Consistorial de El Alto ardió por casi 24
horas.
"Todo se ha llenado de humo y fuego. La que perdió aquella vez
fue la población porque se quemaron planimetrías y documentos de las
urbanizaciones pobres que estaban surgiendo. No se hizo daño al Alcalde o a
los concejales, se quemaron documentos originales de la gente”, relata mientras
trata de contener la pena acariciando una impresora algo amarillenta que ocupa
gran parte de su escritorio.
"Es de esa época, la salvé, la limpié y la hice arreglar. Funciona muy bien. Verla es un recordatorio de que debo trabajar más duro por mi ciudad y mi gente”, indica con una leve sonrisa.
Hace 25 años, el empezó la unidad de actas del Concejo con unos
pocos documentos pertenecientes a las subalcaldías del norte y sur de la
pequeña urbe que hoy se transformó en 14 distritos de constante ampliación.
"Desde su inicio el crecimiento de la urbe ha sido desordenado, casi improvisado. No hay planes y claro todo ha derivado en grandes necesidades y demandas que no pueden ser atendidas hasta el día de hoy”, dice.
A pesar de haber sido la piedra fundamental para la
nacionalización del gas, las carencias en la urbe aún son grandes. "De la
guerra del gas salieron a la palestra varios líderes pero ellos no fueron los
protagonistas, fue el despertar de la población. De los muertos ninguno era
dirigente, todos eran ciudadanos”.
Para él, la guerra del gas es una oportunidad perdida que no
dejó beneficio tangible en la población alteña. "Hoy El Alto debería ser una
ciudad desarrollada y atendida, pero el cambio no llegó, no hemos sido
retribuidos”.
Según Rolando Huanca, presidente de una de las federaciones
de juntas vecinales (Fejuve) que funcionan de manera paralela en El Alto, el
olvido y el abandono son el pago por 64 mártires y cientos de heridos de
octubre negro.
"Gracias a la lucha del pueblo alteño hoy en día hay estabilidad económica. Los alteños estamos orgullosos de ese aporte pese a que no hemos sido correspondidos. El actual mandatario está en la silla presidencial gracias a El Alto, pero ahora vemos cómo se lleva los proyectos millonarios. Como municipio no tenemos proyectos grandes, los que nos hacen sentir olvidados con heridas que no sanan por la falta de atención. Ni la agenda de octubre ha sido cumplida”, asevera.
A 4.070 metros sobre el nivel del mar, 848.840 hombres y
mujeres desafían la altitud, el clima y la historia. De ellos, cerca de 250 mil
son jóvenes nacidos en la nueva urbe.
"Ellos ya son la primera generación de alteños nacidos en esta ciudad. Es una generación hambrienta de progreso con ideas nuevas en busca no solo de trabajo sino de cómo generarlo. Ahora El Alto va a seguir creciendo y cambiando”, asegura Pari.
"El joven alteño es emprendedor, ávido de progreso sin dejar de
lado su identidad. Somos hijos de migrantes de La Paz, de las provincias, de las
minas de Oruro y por tanto una mezcla de lo más tradicional de nuestra
cultura andina y de los aspectos de una ciudad completamente moderna”, define
Juan Pablo Copa. Tiene 30 años y con orgullo asegura: "Soy de El Alto”.
Este sincretismo es parte de la identidad del joven alteño,
arraigado a sus tradiciones y a su historia sin perder de vista un futuro de
progreso y de avance con nuevas propuestas .
A pesar de la corta edad que tenía la primera generación
durante el conflicto de 2003, vivió de cerca la lucha de sus padres que quedó
grabada en su vida como aliciente para encabezar el desarrollo de la
ciudad.
Hoy, cerca el Cruce a Viacha, un grupo de personas observa el
edificio donde, hasta el 17 de febrero pasado, funcionaba la Alcaldía alteña,
antes que una protesta de padres de familia terminara en el saqueo y quema del
edificio municipal. El saldo, seis muertos y decenas de heridos.
Frente a las cenizas de los predios ediles, las personas
discuten sobre quién es el culpable y cómo debería solucionarse el conflicto.
En las paredes aún hay carteles que piden justicia, recuerdan octubre negro y
en medio del luto gritan. "El Alto de pie, nunca de rodillas”.// Página Siete
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