El Alto de pie en sus 31 años

En 2003, El Alto, la ciudad más joven de Bolivia,  se consolidó en el epicentro del giro histórico que sufrió el país. La violencia y rebeldía abrieron en su historia dos heridas que aún no sanan. "Aún así estamos de pie porque el alteño  no se da por vencido”, señala  Roberto Pari uno de los funcionarios más antiguos del Concejo Municipal de El Alto.

Desde hace 13 años,   El Alto llora  a sus más de 70 muertos, caídos en las insurrecciones de febrero y octubre negro, cuando el anuncio de un impuestazo terminó en el saqueo y  quema de la primera Alcaldía y la intención de venta de hidrocarburos por Chile derivó en la  guerra del gas  que fue el fin del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.   

"Las heridas nunca cierran”, dice don Roberto. Pese a los 13 años transcurridos desde los hechos, el llanto lo sorprende al recordar aquel 12  de febrero cuando el Palacio Consistorial  de El Alto ardió por  casi  24 horas. 

"Todo se ha llenado de humo y fuego. La que perdió  aquella vez fue la población porque se quemaron planimetrías y documentos de las  urbanizaciones    pobres que estaban surgiendo. No se hizo daño al Alcalde o a los concejales, se quemaron documentos originales de la gente”, relata mientras trata de contener la pena acariciando una impresora algo amarillenta que ocupa gran parte de su escritorio. Noticias de El Alto
"Es de esa época, la salvé, la limpié y la hice arreglar. Funciona muy bien. Verla  es un recordatorio  de que debo trabajar  más duro por mi ciudad y mi gente”, indica con una leve sonrisa.  
Hace 25 años, el empezó la unidad de actas del Concejo con unos pocos documentos pertenecientes a las  subalcaldías del norte y sur de la pequeña urbe que hoy se transformó en 14 distritos de constante ampliación. 
"Desde su inicio el crecimiento de la urbe ha sido desordenado, casi improvisado. No hay planes y claro todo ha derivado en grandes necesidades y demandas que no pueden ser atendidas hasta el día de hoy”, dice.
A pesar de haber sido la piedra fundamental para la nacionalización del gas, las carencias en  la urbe aún son grandes. "De la guerra del gas salieron a la palestra varios líderes pero ellos no fueron los protagonistas, fue el despertar de la población. De los muertos ninguno era dirigente, todos eran ciudadanos”.      

Para él, la guerra del gas    es una oportunidad perdida que no dejó beneficio tangible en la población alteña. "Hoy El Alto debería ser una ciudad desarrollada y atendida, pero el cambio no llegó, no hemos sido retribuidos”.

Según Rolando Huanca,   presidente de una de  las  federaciones de juntas vecinales  (Fejuve) que funcionan de manera paralela en El Alto, el olvido y el abandono son el pago por  64 mártires y cientos de heridos de octubre negro.
"Gracias a la lucha del pueblo alteño hoy en día hay  estabilidad económica. Los alteños estamos orgullosos de ese aporte pese  a que no hemos sido correspondidos.  El actual mandatario está en la silla presidencial gracias a El Alto, pero ahora vemos cómo se lleva los proyectos millonarios. Como municipio no tenemos proyectos grandes, los  que nos hacen sentir olvidados con heridas que no sanan por la falta de atención. Ni la agenda de octubre ha sido cumplida”, asevera.
A 4.070  metros sobre el nivel del mar, 848.840 hombres y mujeres desafían  la altitud, el clima y la historia. De ellos, cerca de 250 mil   son jóvenes nacidos en la nueva urbe.
"Ellos ya son la primera generación de alteños nacidos en esta ciudad. Es una generación hambrienta  de progreso con ideas nuevas en busca no solo de trabajo sino de cómo generarlo. Ahora El Alto va a seguir creciendo y cambiando”, asegura Pari.
"El joven alteño es emprendedor, ávido de progreso sin dejar de lado su identidad. Somos hijos de migrantes de La Paz, de las provincias, de las minas de Oruro y por tanto     una mezcla de lo más tradicional de nuestra cultura andina  y de los aspectos de una ciudad completamente moderna”, define Juan Pablo Copa. Tiene 30 años y con orgullo asegura: "Soy de El Alto”. 

Este sincretismo es parte de la identidad del joven alteño, arraigado    a sus tradiciones y a su historia sin perder de vista un futuro de progreso y de avance con nuevas  propuestas .

A pesar de la  corta edad que tenía la primera generación   durante el conflicto de 2003, vivió de cerca la lucha de sus padres  que  quedó grabada en su vida como aliciente para encabezar el desarrollo de la ciudad. 

Hoy, cerca el Cruce a Viacha, un grupo de personas observa el edificio donde, hasta el 17 de febrero pasado, funcionaba la Alcaldía  alteña, antes que  una protesta de padres de familia terminara en el saqueo y quema del edificio municipal. El saldo,  seis  muertos y decenas de heridos.


Frente a las cenizas de los predios ediles, las personas discuten sobre quién es el  culpable y cómo debería solucionarse el conflicto. En las paredes aún hay carteles que piden justicia, recuerdan  octubre negro y  en medio del luto gritan. "El Alto de pie, nunca de rodillas”.// Página Siete

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