La Revolución del 52 marcó el inicio comercial de la Ceja. Su peso comercial se disputa con las ideas políticas que nacen en su Plaza de la Revolución, y su incansable vida cultural y social.
La Ceja vio transcurrir el crecimiento de las ciudades de La Paz y El Alto, y alimentó el suyo aprovechando su cualidad geográfica y que era el paso obligado del transporte que sale y llega a la actual sede de Gobierno; desde los carruajes y recuas de mulas o llamas, en las que se transportaba el comercio en la época de la Colonia desde y hacia Lima y Cusco, pasando por los vagones de trenes que la surcaron desde inicios del 1900, hasta los buses, camiones y containers que hoy la recorren.
Nació con un sentido comercial y los protagonistas de su formación, crecimiento y consolidación como el emporio económico que es hoy fueron hombres y mujeres, mestizos y aymaras, que comenzaron a asentarse en ese terreno que se encontraba al borde de la gran planicie, que era -aún lo es- la antesala a La Paz y estaba en la cima del “hoyo” donde crecía la ciudad y desde donde se podía atisbar lo que pasaba en ella.
Y en ese lugar estos comerciantes instalaron primero puestos en el piso y luego pequeñas tiendas, minúsculos bazares, donde vendían hilos, agujas, pequeños productos, casi detalles, que los viajeros podían olvidar al preparar el equipaje o la carga. Los vendedores soportaban la gélida temperatura y el constante ir y venir del viento en nombre de su negocio.
“La ceja es el borde de la cavidad del ojo; el nombre del lugar (la Ceja) responde a una definición toponímica, tiene que ver con la geografía; después del borde viene el hueco, igual que después de la ceja el ojo. El hueco del ojo era La Paz. Pero al principio pocos conocían el lugar con ese nombre, el denominativo de la Ceja se va consolidando a medida que El Alto va creciendo”, explica el sociólogo alteño Carlos Hugo Laruta al referirse al nombre con el que se bautizó al lugar.
Laruta señala que es difícil precisar desde cuándo estos hombres y mujeres con el comercio en las venas se asentaron en la Ceja, pero un referente es la Revolución del 9 de abril de 1952, cuando las haciendas como Colpani, que estaban dedicadas a la producción de alimentos y la cría de animales propios de la zona, se diluyeron.
“Hasta 1960 no había vecinos, sólo unas cuantas familias asentadas en casetas improvisadas donde vendían mercancías de urgencia para los camiones que pasaban al altiplano. Los camiones cargados de productos que salían de La Paz con gran dificultad paraban ahí y los viajeros compraban las últimas cosas, como hilos, agujas, aceite de máquina, cosas pequeñas”, señala.
Antes y durante la época de la colonia, la Ceja ya era un lugar de descanso de los viajeros al entrar o salir de La Paz. La ruta que la conectaba con la entonces Chuquiago era apenas un sendero escarpado sólo para el paso a pie de personas, que cuando los españoles establecieron haciendas en los alrededores fue tomando forma de camino para el transporte de animales de carga. Entonces se comenzó a registrar la presencia de los primeros vendedores, añade el sociólogo.
A inicios del 1900 el ferrocarril pone sus rieles sobre la Ceja y activa más la actividad comercial en el lugar. “Se instalan tres estaciones de trenes en El Alto y mucha gente llega a vivir a la ciudad y muchos también se dedican al comercio”, indica Laruta.
Con las oleadas migratorias, que dieron paso a la primera junta de vecinos de la ciudad de El Alto, que precisamente se estableció en la Ceja, entre las calles 1, 2 y 3, el crecimiento de los comerciantes asentados en el lugar se fue consolidando hasta convertir el lugar en el centro comercial por excelencia que es hoy, y un emporio de aymaras exitosos que construyeron altos edificios orientados al alquiler de oficinas, centros comerciales y otros espacios; mientras la gran mayoría de ellos se dedican íntegramente al comercio.
“La Ceja es el paso obligado diario que tiene prácticamente cada alteño, ahí realiza la compra de algún producto o servicio. En el lugar se concentra en gran cantidad el comercio informal que convive con empresas y servicios formales, y ahí se encuentran asentados los qamiri (ricos) aymaras que hacen crecer sus negocios de la mano de la innovación, pero sin renunciar a su identidad cultural afirma”, el politólogo alteño Franco Limber.
El politólogo de 30 años añade que en la Ceja confluye el comercio que llega desde diferentes puntos a La Paz y desde fuera de Bolivia. Desde los Yungas con la coca y la fruta, desde Perú y Chile con la papa, cebolla y otras verduras, y desde China y otros países de Asia con diferentes productos. Es que estos exitosos empresarios recorren el mundo haciendo negocios teniendo como centro de operaciones la Ceja.
Político, cultural y espiritual
Pero el ombligo de El Alto es también el centro político, social, cultural y espiritual del habitante de El Alto. La plaza del Niño Indígena, también conocida como de la Revolución, ubicada en la calle 1, a unos pasos del monumento del Che Guevara, es el ágora de los alteños, desde donde se irradian las ideas políticas hacia los diferentes distritos y barrios de la ciudad. Ahí se concentran oradores e ideólogos políticos que a viva voz arengan con discursos airados. En el lugar también se encuentran libros y diferentes publicaciones con contenido político. “Yo conocí el marxismo y el indianismo en ese lugar”, comenta Franco Limber.
Así, no es casual que en las calles 1 y 2 estén instaladas la Central Obrera Regional de El Alto y la Federación de Juntas Vecinales. Tampoco es casual que grandes movilizaciones sociales y marchas se realicen ahí o partan desde allí.
La Ceja también se constituye en el centro de encuentro social y cultural de los alteños y no alteños, porque se mantiene despierto las 24 horas del día y los siete días de la semana con una gran oferta de entretenimiento. Al mismo tiempo, la historia, las leyendas y tradiciones que circulan por sus calles la señalan como un centro espiritual colmado de wacas (ojos de agua y miradores naturales) e incluso de ser la tumba del corazón del rebelde Túpac Katari. Argumentos que dan pie a la presencia de innumerables yatiris y guías espirituales.
Así es el emporio comercial de exitosos aymaras que nació con unos puestos de venta sobre el piso y unos diminutos bazares donde los viajeros encontraban los pequeños detalles que olvidaban para el viaje; de hombres y mujeres que se ubicaron en el borde de una planicie que tenía vista a una ciudad que nacía prometedora desde el fondo de una hoyada.// Página Siete
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