Uno de los primeros templos de El Alto fue construido en la
zona 16 de Julio, en 1950. En sus inicios llevaba el nombre de Virgen del
Carmen, donde se celebraban misas en latín, que eran traducidas al aymara por la
hermana Rosa Carrión.
Años después, transportistas del Sindicato San Cristóbal
erigieron el santuario con adobes y techo de paja y, posteriormente,
comerciantes, vecinos, padres franciscanos y misioneras de las Siervas de María
lo ampliaron y lo bautizaron como Santa María de Los Ángeles”.
Es el relato de Manuel Chávez, cuya nieta escucha con atención.
Él es uno de los vecinos que propiciaron la fundación de El Alto. Con el mismo
interés, estudiantes y docentes de la carrera de Historia de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) toman apuntes de las
ponencias sobre los anales de la segunda ciudad con más población de Bolivia
(843.934 habitantes, según el censo de 2012).
Y es que son abundantes los testimonios de sus primeros
habitantes. Muchos de éstos se plasmaron en artículos de prensa o libros, aunque
la mayoría quedó en el olvido en bibliotecas o se oferta sin mucho afán en la
feria 16 de Julio, la más grande a cielo abierto del país.
Es por esta razón que la UPEA organizó el Primer Congreso
de la Historia de El Alto, con el objetivo de reunir los saberes de
investigadores, vecinos y exdirigentes y elaborar la primera memoria de la urbe,
en un libro que será publicado en 2016.
En dos jornadas, con más de 20 ponencias, surgió un proyecto
documental con el fin de tejer la genealogía de El Alto.
Una de las primeras investigaciones, titulada Antecedentes
históricos de la ciudad de El Alto, de Diego Manzaneda, señala que se tiene
registro de que en la etapa precolombina, en este territorio había asentamientos
del ayllu Yunguyo y otras poblaciones aymaras.
En la Colonia, la Corona española ordenó la creación de una
localidad que sirviera de enlace entre las minas de Potosí y Lima, por lo que se
fundó Nuestra Señora de La Paz en la actual Laja, que luego fue trasladada a la
hoyada.
Esto contribuyó a que la parte alta de la naciente urbe
fuese el lugar de descanso para los viajeros, aunque seguía despoblada, por lo
que recibió varias denominaciones en idioma aymara como Ch’usa Marka (Pueblo
vacío), Alaxpacha (Tierra en el cielo), Ichu Kollu (Colina de paja) y Altu Pata
(Planicie alta).
En 1781, Altu Pata fue el escenario estratégico para la
rebelión liderada por Túpac Katari (Julián Apaza), quien estableció su ejército
en alrededores de la Ceja con el fin de cercar a La Paz. “La cantidad de alzados
entre hombres y mujeres llegaba a 80.000, cifra que, al asentarse en El Alto,
generaría una forma de urbanismo precario y momentáneo”, señala Manzaneda en su
ensayo presentado en el encuentro.
“Durante la Independencia fue campo de batalla en el que tropas
patriotas de Gabriel Antonio Castro y Manuel Cáceres combatieron contra los
ejércitos realistas de José Manuel de Goyeneche y Pedro Benavente”, indica el
libro Así nació El Alto, del investigador Jhonny Fernández.
Durante la etapa Republicana se presentaron otros hechos
importantes, como por ejemplo el 17 de abril de 1879 se reunieron en aquel
paraje unos 10.000 soldados para marchar a Tacna y defender el Litoral boliviano
de la invasión chilena. Y en ese mismo lugar se concentraron las fuerzas
militares que viajaron a la Amazonía, en la Guerra del Acre frente a Brasil, a
inicios del siglo XX.
Pese a ello, el área aún conservaba el sobrenombre de Ch’usa
Marka, pues continuaba deshabitada. De acuerdo con estudios presentados, el
acercamiento a la urbanidad llegó en 1903, con la inauguración de la estación de
trenes, que comunicaba hacia el puerto lacustre de Guaqui.
“El ferrocarril es muy importante para que a partir de este
asentamiento los indígenas llegaran a vivir cerca de la infraestructura
moderna”, comenta Zenón Quispe, director de Historia de la UPEA.
Con la Guerra del Chaco se presentó una primera etapa de
inmigración, principalmente de las provincias Omasuyos, Pacajes, Ingavi y Los
Andes. En esos años, las tierras eran propiedad de Julio Téllez, Jorge Rodríguez
Balanza, Adrián Castillo Nava, Raúl Jordán Velasco y Francisco Loza.
Para la década de los años 40, los hacendados realizaron los
trámites para urbanizar sus propiedades. Es así como el 14 de septiembre de 1942
se funda Villa Dolores. Diez años después, con la revolución de 1952, indígenas
emigran a las ciudades, en este caso a El Alto de La Paz. No obstante, las
condiciones de vida no eran las adecuadas comparadas con las de la hoyada, ya
que carecían de servicios básicos.
Esta desidia hizo que el 3 de julio de 1957 se juntaran
dirigentes y representantes de Villa Dolores, Alto Lima, 16 de Julio, Los Andes,
12 de Octubre, Villa Bolívar y Villa Tejada para fundar el Consejo Central de El
Alto de La Paz —integrado, entre otros, por Manuel Chávez—, con el fin de que no
se dependiera de las autoridades paceñas para atender necesidades tan urgentes y
básicas, lucha que se fundamentó en la institución de la Cuarta Sección de la
provincia Murillo, con su capital El Alto.
Desde inicios de los años 60, la dirigencia altopaceña envió
cartas a autoridades prefecturales y nacionales para obtener la ansiada
independencia. La respuesta a esta demanda llegó el 30 de abril de 1970, con la
creación de la Subalcaldía de El Alto de La Paz, lo que todavía no llenaba las
expectativas de los ciudadanos.
Entonces los trámites se desarrollaron hasta llegados los 80,
cuando la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) de aquella ciudad y el Frente
de Unidad y Renovación Independiente de El Alto (FURIA) —integrado por
exdirigentes y vecinos— emprendieron la lucha por conseguir que la población
pudiera manejarse por sí sola.
El Decreto 21060, que ocasionó el despido masivo de mineros de
todo el país, hizo que la urbe recibiera a los inmigrantes y la consolidara para
ser una ciudad.
De esa manera, el 6 de marzo de 1985, el Congreso Nacional
aprobó la Ley 728 que creó la Cuarta Sección de la provincia Murillo, con su
capital El Alto de La Paz, que fue el preludio para que el 26 de septiembre de
1988 fuese declarada ciudad, que en la actualidad tiene 14 distritos.
No obstante, la cúspide en la consolidación de la urbe ocurrió
en 2003, cuando el rechazo a los formularios municipales Maya y Paya, de
recastratación desembocó en una lucha contra la venta del gas boliviano a
Estados Unidos, además de exigir la nacionalización de los hidrocarburos y la
convocatoria a una Asamblea Constituyente.
“Ha sido una provocación para hacer más investigación sobre
esta urbe, para saber qué falta por investigar, qué tipo de trabajo se debe
hacer y revalorizar el testimonio de vecinos que tienen bastante información”,
explica Quispe, quien anuncia que la memoria de estos testimonios será publicada
en un libro para el próximo año.
En el templo Santa María de los Ángeles había misas solo los
domingos. Se oficiaban matrimonios, bautizos y prestes, mientras que las
ceremonias para los difuntos estaban programadas para cada martes y en español.
Miriam continúa escuchando a su abuelo Manuel, esta vez con la certeza de que el
testimonio no se quedará en palabras, sino que formará parte de la documentación
de la gestación de Altu Pata.
Construyendo identidad
El director de la carrera de Historia de la Universidad Pública
de El Alto (UPEA), Zenón Quispe, afirma que una de las conclusiones del congreso
que se efectuó en octubre es que no existe una identidad alteña, debido a que se
presenta una fuerte influencia de inmigrantes, quienes llegaron de diferentes
partes del país. “Es por ello que las convocatorias de la Federación de Juntas
Vecinales (Fejuve) son fuertes, porque siguen una lógica comunitaria que la
traen desde sus poblaciones de origen”.
Al ser una ciudad aún joven y al tener varias identidades
(principalmente de influencia aymara), tampoco consolida una personalidad que se
refleje en la gastronomía, música o en las artes.
No obstante, una aproximación a la identificación como alteño
se expresa en las obras de Freddy Mamani, quien nació en Catavi (provincia
paceña Aroma), pero que desde muy niño llegó a El
Alto, donde definió su residencia permanente. Mamani impuso su estilo en la
urbe con la denominada arquitectura neoandina, llamada de manera despectiva
“cholets”.
Además de haber estudiado tres carreras universitarias
(Construcción Civil, Ingeniería Civil y Arquitectura), Mamani es reconocido por
al menos 60 obras construidas en unos 10 años. Su método —que combina elementos
de las culturas prehispánicas, con la preeminencia de la cruz andina, cortes
oblicuos y círculos, con colores llamativos— ha marcado una tendencia en la urbe
y se convirtió en parte indisoluble de la naciente identidad alteña.
“Yo me meto entre las cuatro paredes y tengo que hablar el
mismo idioma con mis obreros. Hago mis propios diseños sobre la pared blanca.
Les digo: ‘De ahí vas a bajar 20 centímetros, de ahí te vas a dejar unos 80, y
ahí lo vas a empezar a plafonear, y después vamos moldeando’. No puedo mostrarle
al obrero en la computadora, no me entendería”, relata en la nota “El Mamani
Mamani de la arquitectura”, que se publicó en la revista Escape el 18 de
noviembre de 2014.
El origen de esta identidad arquitectónica tiene influencia en
la “nueva burguesía aymara”, que pretende mostrar su poderío económico y social
a través de estas edificaciones. Vilipendiado por algunos, lo cierto es que la
arquitectura andina se ha convertido en parte de la identidad del suelo alteño.
Su singularidad con otros estilos ha hecho que Mamani haya sido contratado para
hacer construcciones similares en Chile y en Perú.// La Razón.com
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